La consecuencia más inmediata y decisiva de la irrupción europea en América fue la catástrofe demográfica que causó en la población autóctona y la incapacidad, de unos y otros, por afrontar el ataque a la causa de esa catástrofe, expresada en las sucesivas oleadas epidémicas que mataron millones de seres humanos: en los cálculos más optimistas, el 80% de la población existente en el momento de la llegada de los europeos. La enfermedad y la muerte a una escala jamás experimentada ni por los habitantes ni por los invasores recién llegados pusieron en primera línea los saberes y las prácticas de ambas culturas para combatirlas. El conocimiento médico y las prácticas de curación adquirieron así una importancia fundamental para tratar de asegurar la propia supervivencia, en el caso de los indoamericanos, y el despliegue y mantenimiento del nuevo orden colonial, en el caso de los colonizadores. Un régimen colonial del que la religión cristiana era un componente esencial. Resulta imposible olvidar que la conversión religiosa de la población era la conditio sine qua non para la puesta en marcha del régimen colonial, en tanto que era esta misión evangelizadora la que legitimaba el poder impuesto por los conquistadores a los ojos de ellos mismos y de sus competidores, rivales, enemigos o aliados europeos.
Medicina y religión, pues, están en el fondo de las investigaciones de un grupo de investigadores entre los que me cuento, acerca del nacimiento de una cultura médica en el México del siglo XVI en la que conocimientos y prácticas nuevas surgieron como resultado de apropiaciones culturales mutuas entre las culturas médicas en juego en aquel espacio geográfico. Apropiaciones que, debido a la radical transformación de las estructuras de poder desencadenada por la conquista, se realizaron sobre todo en el intercambio que la labor de conversión favoreció entre las élites gobernantes de las comunidades indígenas y evangelizadores. Por eso la vieja metáfora que llamaba a los frailes y sacerdotes “médicos de almas” cobró un especial significado en las primeras décadas de la colonización española en América. Se trata, desde luego, de una metáfora de antiguo arraigo en el Viejo Mundo, que en la retórica de los evangelizadores del Nuevo se encuentra repetida hasta la saciedad. Baste mencionar el ejemplo del inicio de la Historia general de las cosas de Nueva España, donde fray Bernardino de Sahagún expone cómo los confesores y los predicadores deben actuar como médicos de las almas de los indígenas, enfermas de idolatría.
Seguir leyendo «Medicina de los cuerpos, medicina de las almas»
Debe estar conectado para enviar un comentario.